En principio, la alegría y la tristeza son opuestas, porque la alegría la sentimos ante la presencia de lo bueno, y la tristeza la experimentamos ante la presencia de lo malo.
No obstante, la alegría y la tristeza pueden relacionarse de otros modos. Por ejemplo, cuando hacemos esfuerzos y soportamos renuncias dolorosas hoy, para alcanzar una meta que nos alegrará cuando la alcancemos. En este caso, un dolor presente se asume en vistas de una alegría futura y –de algún modo– el dolor presente es causa de la alegría futura. Lo mismo sucede cuando alguien recibe una corrección inteligente y justificada: la situación presente puede resultar dolorosa, pero sus frutos futuros serán dulces.
Por otra parte, hay un “dolor sabroso” en el recuerdo de la persona amada que –por el momento– está ausente: nos duele su ausencia, pero el amor que sentimos por ella impregna aquel dolor y –en cierto modo– lo hace dulce.

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